El origen de nuestra alma
Un componente fundamental de la fe para todo cristiano es la creencia en la existencia del alma. Comprender el origen del alma y de dónde vino nos da una idea de hacia dónde vamos y por qué debemos creer en Cristo.
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.”
Génesis 2:7
“...y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio.”
Eclesiastés 12:7
A través de los versículos de Génesis y Eclesiastés, Dios nos da a conocer el origen del alma. Dios nos creó usando el polvo de la tierra, que representa el cuerpo, y el aliento de vida, que representa el alma o espíritu. De esta manera, Dios nos dio el alma. El alma es nuestra verdadera esencia dando vida a nuestro cuerpo. El alma volverá a Dios en el Reino de los Cielos, esto significa que el alma existió previamente en el Cielo. Antes de que Dios pusiera el espíritu en el ser humano, estábamos en el Cielo con Dios. Jesús explicó la razón por la que no pudimos quedarnos en el Cielo.
¿Por qué estamos aquí?
Pues el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar a los que están perdidos.
Lucas 19:10 NTV
Luego añadió: "Ahora vayan y aprendan el significado de la siguiente Escritura: 'Quiero que tengan compasión, no que ofrezcan sacrificios.' Pues no he venido a llamar a los que se creen justos, sino a los que saben que son pecadores.”
Mateo 9:13 NTV
Nuestro espíritu estaba en el cielo con Dios y pecamos. Como resultado de los pecados que cometimos en el cielo, nacimos en la tierra para vivir una vida que eventualmente termina en la muerte.
Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.
Romanos 6:23
Debido a que nuestros pecados merecen la muerte, Jesucristo vino a la tierra, predicó el arrepentimiento y nos enseñó cómo recibir el perdón de los pecados.
En él tenemos la redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados, conforme a las riquezas de su gracia...
Efesios 1:7 NVI
Nuestra vida en la tierra es nuestra oportunidad de prepararnos para nuestro futuro. Cuando recibimos la sangre de Cristo a través de la Pascua del Nuevo Pacto, podemos ser perdonados de nuestros pecados (Mt 26:17–19, 26–28) y regresar al Reino de los Cielos.